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Capítulo 7


El precio de la supervivencia



No pude parar de pensar en cómo podría salir de aquella habitación. La más simple era girar el pomo, pero claro, esos rusos no serían tan tontos para dejar la puerta abierta.
Se me ocurrieron muchas, pero una me pareció la más arriesgada y más efectiva. Así que la hice.
Me volví a sentar en la silla, simulé que volvía a tener las ataduras en los pies y las manos. Pero esta vez cogí un cristal muy afilado.
Ahora debía de atraer la atención de aquel ruso que había fuera.
- ¡Ahhhh! - grité.
Entonces, oí cómo el guardia, decía unas palabras en ruso, que seguramente fuesen:
"Pero, ¿qué le pasa?”
Escuché cómo metía la llave en la cerradura y las giraba. De repente, la puerta se abrió y la luz me cegó.
El ruso logró decir unas palabras en mi idioma.
- ¿Qué... te pasar? - me preguntó - Cómo te quitar la venda boca.
Se acercó a mí y yo lo observe. Era más alto que mí enemigo el soviético. Su pelo era corto y rubio. Sus ojos azules y su cuerpo vigoroso.
Debía de ser rápido, sino quería que me matara. Se acercó a mí y se agachó para recoger el esparadrapo y ponérmelo.
"Ahora o nunca " pensé.
Entonces, moví las manos de mis espaldas, rápidamente, y en un segundo el cristal se clavaba en el cráneo del ruso. Este se desplomó y debajo de él emergió un charco de sangre.
Me levanté de mi silla y giré el cadáver de ese ruso. Le examiné el cuerpo y sus bolsillos. Descubrí que llevaba una navaja en su pantalón. La cogí y volví a examinarlo, sólo tenía las llaves de esta habitación.
Empecé a andar y salí de aquella estancia. Al llegar fuera, vislumbré un gran pasillo. A mi izquierda había una ventana, me acerqué a ella y vi una calle, la contemplé durante unos segundos.
Había una carretera en medio de la calle, encima de ella vagueaban los cadáveres andantes. Los edificios y casas la rodeaban. En ellas no había señales de vida humana. Cristales rotos, puertas abiertas de par en par y en algunas casas había incendios.
Me giré y empiece a andar por el pasillo.  Recordé los gemidos del militar, cuándo el ruso le abrió en canal. La lágrima que recorría sus mejillas. Y la sangre que tintaba su camisa de rojo...
Escapé de aquel bucle de tortura y me trajo al presente, unas voces. No pude entender nada de lo que decían en ruso. Pero, seguramente estaban llamando al vigilante. El emisor alzó la voz, pero no consiguió lograr su objetivo, llamar a un muerto, eso no sería posible.
El emisor pareció impacientarse por su tono de voz. Ahora sabía que vendría y lo llamaría creyendo que estaba vivo.
Oí pasos, el hombre subía unas escaleras y se dirigía allí. Ahora me descubriría, no había ningún sitio para esconderme, sólo un largo pasillo, con una habitación al final de él y unas escaleras que bajaban a otra planta, que seguramente estaría el ruso.
Pero, ahora, debía esconderme y volver a matar a otro ruso, es el precio de estar en este mundo. No es un país para débiles, no es país para la tranquilidad...
Es el país del poder, de la violencia, de las calles teñidas de sangre, infectadas de caníbales muertos, que te perseguían constantemente, sin cansarse, sin tener miedo, para comerte.
Tenías que afrontar estos nuevos peligros si querías sobrevivir. En este mundo, matar significa sobrevivir...
No matar significa una muerte segura.
Ahora, me tocaba a mí, debía asesinar a otra persona, para sobrevivir. Todo en este nuevo mundo tiene su precio...


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