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Capítulo 6


Pulsaciones



Las pulsaciones de mi corazón aumentaron. Los pelos se me erizaron y noté que el sudor me bajaba de la frente.
El ruso se aclaró la voz.
- Tienes suerte, hoy comeremos con los restos de tu amigo.
El soviético hizo una breve pausa.
- Mañana te tocará a ti, prepárate.
El ruso se levantó y abandonó aquella sala. Me quedé sólo en la habitación. Escuché que fuera de la estancia el ruso hablaba con un compañero suyo. Seguramente para vigilar la habitación. Para que no me escapara.
Abrí los ojos y pude ver que a mi izquierda, dónde antes estaba el militar, sólo quedaba una silla ensangrentada. Y lo peor de todo, su cabeza estaba en el suelo. Giré la cabeza, no pude ver más aquella horrible demostración de anatomía brusca.
Pensé que debería salir de allí, tenía que volver a vez al ruso, pero esta vez él sería la víctima. Debería vengarme en el nombre de Fred.
Pero, debería salir, ¿cómo lo haría?, ya no estaba Fred para rescatarme, ahora me tocaba a mí. Tenía que ser fuerte. Tenía que salir de allí. Estaba convencido que mataría al ruso.
Contemplé mi derecha, había un armario. No sabía que podría haber allí dentro. Pero lo primero que pensé fue quitarme las ataduras de las manos. No podría coger nada. Tendría que buscar otra solución.
Vi que en la estancia había una esquina que sobresalía de la pared, un pico puntiagudo. Podría rasgar la cuerda y podría liberarme, después buscaría en ese armario algo para quitarme las ataduras de los pies.
Me impulsé hacia atrás y di un salto, la silla se movió. No se escuchó lo suficiente para que el vigilante soviético se diese cuenta de lo que hacía.
Di varios saltos y al final llegué a aquel pico. Me di la vuelta y empecé a rasgar la cuerda contra la esquina. Arriba, abajo, arriba, abajo,...
Tras varios minutos la cuerda se rasgó y pude liberarme de las ataduras de las manos. Pero, aún me faltaban las de los pies, que estaba atada a la silla.
Apreté mis manos y la sangre volvió a circular más rápido por ellas. Me quité el esparadrapo y respiré profundamente.
Ya me quedaba poco para acabar con mi amigo el ruso. Estaba pensando cómo lo haría. Lo torturaría cómo él lo había hecho, o sería una muerte rápida. Todo a su momento.
Di otros saltos y me encontré frente al armario. Alcé el brazo y giré el pomo. La puerta chirrió y se abrió. Dentro había un espejo roto, había cristales por todas partes.
Cogí un pequeño cristal y empecé a rasgar la cuerda.
Al final me levanté, pero sentí un dolor en el pecho y me volví a sentar. Me levanté la camiseta, tenía una hemorragia en el pecho, no paraba de sangrar, tenía que hacer algo para que no perdiera tanta sangre.
Cogí un trozo de cristal y empecé a rasgarme los bajos del pantalón. Serviría cómo una gasa, frenaría que fluyera más sangre.
Al terminar, posé el trozo de pantalón sobre mi pecho. Noté que la sangre se ralentizaba mientras chocaba contra la artificial venda que me había puesto.
Respiré profundamente, ahora tenía que salir de allí, y había otro ruso fuera. Tenía que hacerlo. No quería morir, ya tuve la sensación otras veces, pero esta vez sabía que en esta situación no iba a fallecer. Sabía que me vengaría de aquel ruso. Él sufriría, yo disfrutaría.
En el nombre de Fred. Ahora me tocaba a mí...


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